viernes, 6 de agosto de 2010

La mente de un estratega

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Orlando Ayala, el bogotano que tiene a su cargo la estrategia mundial para mercados emergentes de Microsoft, cuenta cómo llegó a esa posición y qué herramientas ha usado para cumplir sus sueños.

Leer (de todo)

Está sentado en una sala de las oficinas de Microsoft en Seattle, Estados Unidos. 1991. Orlando Ayala es uno de los candidatos para ser gerente general de esa compañía en México y aguarda a ser entrevistado por Bill Gates y Steve Ballmer, las dos cabezas de la firma. Hasta ese momento, Ayala trabajaba como director de ventas de NCR en México, pero le interesó esa vacante cuando fue contactado por una empresa cazadora de talentos. En la sala, en medio de la espera, tomó un folleto de Microsoft y lo ojeó. "Se busca director para abrir Latinoamérica", leyó. "Esto es lo mío", pensó, y en la entrevista orientó su perfil para hacerlo coincidir con ese nuevo cargo. Horas después, el puesto para Latinoamérica tenía su nombre.

La semana pasada Ayala estuvo en Colombia. En la tarjeta personal que nos entregó se lee: CVP, Chief Strategist, Emerging Markets. Chief Advisor to the COO, Microsoft Corporation. Diecinueve años después de aquella cita de trabajo en Seattle, este administrador de sistemas bogotano ha pasado por varios cargos de alta responsabilidad en Microsoft y hoy, además de ser mano derecha del presidente, está al frente de la estrategia mundial para mercados emergentes de la poderosa multinacional. Esta es una de las cinco visitas que acostumbra hacer cada año a Colombia. Vino a participar en el lanzamiento del primer centro de biotecnología que tendrá el país, en Manizales, y que contará con el apoyo de Microsoft. "La idea es un centro de cómputo de altísima capacidad que permita procesar información científica y traducir esto en un producto de valor agregado para Colombia", dice y se emociona. Y resulta difícil cambiarle de tema.

Correr (ojalá solo)

Pero Ayala también vino a correr. Participó en la pasada Media Maratón de Bogotá, nada muy exigente para él. Correr es parte de su rutina diaria. La experiencia más extrema en este campo la vivió el verano de 2008, en el desierto Gobi, en China, donde participó en una maratón de 260 kilómetros durante cinco días. "La gente piensa que uno corre contra otros. La verdad es que uno corre contra sí mismo. Es un desafío personal", dice. En cada ciudad a la que llega -y viajar es parte inherente a su trabajo en Microsoft- sale a correr por las calles, no solo para hacer ejercicio sino para conectarse con el sitio y con sus habitantes. "Correr es un deporte de reflexión. Mis mejores ideas vienen cuando estoy corriendo. Hay un elemento intelectual, espiritual, de pensamiento, de replantearse cosas. Es mi experiencia, por eso prefiero correr solo".

Curiosear (desde niño)

Su papá nació en Pradera y su mamá en Candelaria, ambos en el Valle. Orlando nació en Bogotá hace 54 años, pero su cultura es valluna. "Desde bailar salsa hasta amar el Deportivo Cali". Su vida familiar la hizo en Cali, junto a abuelos, tíos, primos... Desde los 5 años quiso irse del país. "Por la curiosidad de explorar -cuenta-, que por lo general se mata muy rápido en los niños. Se les dice que no hagan esto, que no se metan por ahí, que no pueden... Esa capacidad de exploración a edad temprana es muy importante. Yo tuve una gran curiosidad cultural, no social porque soy más bien retraído, sino de entender otras culturas y otras formas de ver el mundo".

La primera oportunidad que Ayala tuvo de salir del país la frustró la política (la mala política): se había ganado una beca para estudiar en Berlín, pero por cuenta del golpe de estado de Pinochet a Allende terminaron entregándoles los cupos a estudiantes chilenos. Tenía 17 años. Acababa de graduarse en el colegio Hispanoamericano y no sabía qué estudiar. "Escogí mi carrera a dedo. Pero hoy me alegro. Me emboqué en la que era". Se graduó de administración de sistemas en la Jorge Tadeo Lozano.

Volar (con UNO mismo)

"Yo lo que quería era ser piloto. ¡Volar!", suelta. Y, oyéndolo hablar, la pregunta sobraba, pero la hicimos:

-¿Y aprendió a volar?

-Claro. Vuelo un monomotor de cinco plazas. Algunos amigos me preguntan por qué, si tengo un oficio estresante, escojo otra cosa estresante para hacer. No entienden. Cuando te subes a un avión, estás solo allá arriba, a 12 mil pies de altura. Tienes el sentido de libertad más grande porque estás tú contigo mismo.

Las primeras clases de piloto las tomó en Colombia (se fue en 1985) y las pagaba con ahorros de sus trabajos, porque trabajó desde adolescente y en lo que saliera. La plata familiar no alcanzaba para pagar los estudios. Ya en Microsoft, decidió volver a intentarlo. Hace 18 años tiene licencia de piloto en Estados Unidos.

"Hay que ir por los sueños -dice-. Crearles el ambiente para que se hagan realizables. Si quieres ser piloto de un avión de combate, no lo vas a lograr trabajando en una carnicería. Por lo menos acércate a ser el tipo que echa gasolina en la base militar. Muchas veces las personas no comprenden que hay un camino, y que no es fácil. Piensan que si no entran de una vez a ser presidentes, entonces no. La satisfacción la da el camino".

Arriesgar (sin seguros)

Ayala es un obsesivo del tema de la educación. De cómo mejorarla para los jóvenes. En casa, dice, tuvo la suerte de contar con papás librepensadores que le respetaron su rebeldía. "La falta de respeto por la autoridad, en el sentido positivo, es vital". Uno de los grandes problemas que existe hoy, según su opinión, es que la comunicación se hace de una sola vía y la gente considera que tiene todas las respuestas. "Y es lo contrario: la capacidad más importante de un ser humano es estar aprendiendo constantemente de otros y de la situación que está viviendo. Resulta mejor perderse a no comenzar. Sentir que las cosas no están claras ni seguras es un buen sentimiento; indica que se abren las puertas a algo nuevo que puedes aprender". Esta visión le ha ayudado a crecer en la multinacional.

Cuenta que muchos se sorprenden cuando se dan cuenta de que él no se graduó ni en Harvard ni en Stanford ni en Yale. Pero ¿cómo llegó donde está?, le preguntan. "Ahí es donde viene el componente de casa. La fuerza de los valores. Mira, yo ni siquiera me gradué de la primera universidad del país. La educación formal cuenta, pero la combinación con lo otro pesa más. Tener herramientas para decidir. Arriesgarse. Y suele matarse esa intención en los muchachos. 'Estás chiquito para intentarlo', les dicen. En mi casa hubo motivación y mucha lectura. Mi papá no terminó el quinto de primaria, pero se ponía de uno a uno con graduados de cualquier universidad".

Pensar (lo no obvio)

¿Cómo definir a una persona inteligente?, se pregunta Ayala durante la entrevista. Es algo que lo ha puesto a pensar mucho y para lo que ya cree tener una respuesta: "La mejor definición está orientada a poder ver lo que no es obvio. La mayoría de la gente se encaja en que las cosas tienen que ser de una forma. Yo creo en la capacidad de salirse de esa forma, ver lo que no es obvio y activarlo. Mucha otra gente lo ve, pero se lo guarda. No lo pone en acción, o por lo menos no lo intenta".

En su trabajo busca eso, precisamente: lo que no es claro. Anda atento a lo que oye, a lo que ve, a la reacción de las otras personas. Duerme cuatro horas diarias (si duerme más le duele la cabeza) y lee hasta el cansancio sobre los temas que maneja. Se entrenó así desde que, universitario, trabajaba de día en la Junta de Deportes de Bogotá y de noche agarraba una buseta para la Tadeo. "A las 10 llegaba a la casa a estudiar. Así desarrollé la disciplina". Desde hace quince años tiene una posición mundial en Microsoft, por lo que debe lidiar con todos los horarios del mundo. "Le digo a la gente que no me mande un e-mail que se extienda más allá de la pantalla porque no lo voy a leer. Trabajo en tiempo real".

¿Y Para qué un Ferrari?

Hace poco la menor de sus cuatro hijas le dijo: "¿Por qué no tenemos un Ferrari? Ayala le contestó: "Porque no lo necesitamos". Sus hijas estudiaban en una de las mejores escuelas privadas de Seattle, pero él y su esposa -una colombiana que conoció desde tiempos de colegio- decidieron cambiarlas: "A los 15 años sus compañeros ya manejan un Audi o un BMW de última línea, y ese no es el mensaje que queremos darles. La juventud actual es cortoplacista. Quiere todo ya. Y no es culpa de la tecnología. Es la presión de padres que sienten perdida la conexión emocional con sus hijos y envían señales equivocadas. A mí, mira, no me ves un anillo, una cadena, ni siquiera reloj. Al mismo tiempo me doy gustos".

Uno de ellos, por ejemplo, fue llevarse a Estados Unidos un jeep Willys verde del 55 que fue de su abuelo. "Recuerdo estar sentado atrás cuando íbamos a su finca en vacaciones". Lo encontró destruido en Pereira, lo llevó a reparar y lo mandó por barco. "Lo tengo en Seattle. Un pedacito del Valle está allá, conmigo".

Por María Paulina Ortiz


F eltiempo.com

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