Sobre el escenario, ante la genialidad de una sinfonía de Beethoven y la oportunidad terrenal de interpretarla, se disipa en el aire la ira que ha dividido a dos pueblos desde tiempos inmemoriales: israelíes y palestinos pueden tocar música juntos.
Así es cada concierto de la Orquesta West-Eastern Divan, integrada por músicos jóvenes de las dos nacionalidades, además de jordanos, libaneses y españoles, bajo la batuta del director argentino Daniel Barenboim, en lo que se ha establecido como un símbolo mundial en torno a la esperanza de unidad en Oriente Próximo. Un símbolo que estará en Bogotá este domingo, en un concierto único.
Dentro de la orquesta hay divergencia de opiniones y sus integrantes no dejan a un lado las diferencias culturales: los músicos conservan, cada uno, su orgullo patrio, pero encuentran en la música un espacio de entendimiento en el que "hay una homogeneidad -explicó a EL TIEMPO el director-, pero las orquestas normales están compuestas en su mayoría por gente con una misma manera de pensar, mientras que en esta se esmeran por encontrar un lenguaje común, porque los pensamientos son opuestos, y así, en la música no hay desigualdad ni conflicto".
Cuenta que, por ello, el carácter de cada músico está presente: "La música no tolera compromisos, como la política; si se compromete, tiende a no ser lo mismo", añade.
La agrupación ha iniciado este año una nueva gira por Suramérica. Esta es la segunda vez que el argentino viene a Colombia: estuvo en Medellín, en 1960, para interpretar 32 sonatas de Beethoven, cuando tenía 18 años y era uno de los pianistas más prometedores del continente.
La orquesta interpretará precisamente las Sinfonías No. 6 y 7 de Beethoven, en el Teatro Mayor del Centro Cultural Julio Mario Santo Domingo, el próximo domingo, a las 5 p.m. La boletería se agotó desde hace varias semanas.
Derribando tabúes
Barenboim disfruta cruzar fronteras mentales. No en vano, en el 2001, en un recital en Jerusalén, decidió sorprender a todos y en lugar de tocar la obra de Igor Stravinsky, que estaba en el programa del Festival Cultural de Israel, la orquesta interpretó una ópera de Richard Wagner, cuya música está relacionada históricamente con el gusto que le tenía Adolf Hitler.
Antes de levantar la batuta para dar entrada a la primera nota de Tristán e Isolda, el director anunció en hebreo lo que se iba a interpretar y exhortó a los asistentes a que, si se sentían incómodos, abandonaran el teatro del Centro Simón Wiesenthal. Cerca de 100 personas se fueron en medio de arengas como '¡fascista!' y '¡devuélvase a su país!'. Las restantes, lo ovacionaron de pie.
Ehud Olmert, quien era entonces el alcalde de la ciudad, calificó a Barenboim de "arrogante e insensible"; el director del Centro Wiesenthal, Ephraim Zuroff, tildó al concierto de "violación cultural".
No era la primera vez que esto ocurría: en 1981, la Filarmónica de Israel intentó tocar la pieza, bajo la dirección de Zubin Mehta, pero fue interrumpida cuando un sobreviviente del Holocausto se subió al escenario y mostró las cicatrices de su reclusión en un campo de concentración.
Un camino hacia la paz
Replicar en otros lugares el modelo de la Divan -por la que Barenboim y el intelectual Edward Said recibieron el Premio Príncipe de Asturias, en el 2002- requerirá mucho más que entusiasmo, según el director: "No basta con decir que toquen juntos, que si se van a integrar al viajar en una gira o en un escenario, lo importante es por qué deciden tocar juntos".
Al consultarle su opinión del conflicto en Colombia y de qué se puede aprender de su experiencia, Barenboim prefirió transmitir una de sus conslusiones de vida: "No hay que dejar que la terquedad entre en los argumentos y endurezca las relaciones; hay que aprender a escuchar y comprender".
No hay comentarios:
Publicar un comentario