domingo, 19 de diciembre de 2010

El archivo de los secretos de los Papas de la Iglesia católica

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Fundado en 1610, guarda documentos que datan del siglo VIII en 85 km lineales de estanterías.

La universalidad de la Iglesia católica no sólo es evidente en la variedad de rostros, orígenes, idiomas y culturas de sus 1.166 millones de miembros. Otra forma de comprobar la inmensa extensión cronológica y geográfica del catolicismo es echar un vistazo a las dos instituciones que custodian su memoria: la Biblioteca Apostólica Vaticana y el Archivo Secreto Vaticano. 
De entre estos dos organismos hermanos, ambos situados en el Palacio Apostólico y con acceso desde el Cortile del Belvedere, el primero ha cosechado un buen número de titulares recientemente, debido a su reapertura tras tres años de clausura por renovación de su sede. 
Pero, incluso siendo más desconocido, el Archivo Secreto Vaticano es un lugar de importancia vital. Se trata de una institución incomparable. Cuenta con ochenta y cinco kilómetros lineales de estanterías, documentos que datan desde el siglo VIII y un seguimiento detallado y continuo desde hace más de 800 años de la situación eclesiástica y del mundo. Bien lo saben los 1.500 investigadores de todas las nacionalidades que, cada año, solicitan autorización para poder sumergirse en sus vastos fondos.
Aquí descansan "todas las actas y documentos que se refieren al gobierno de la Iglesia universal", como escribió en el motu proprio Fin dal principio León XIII en 1884. A este Papa debe el mundo de la cultura que el Archivo Secreto siga siendo solo en una mínima parte "secreto": fue él quien aprobó que los estudiosos "sin distinción de nacionalidad y religión" pudiesen consultarlo. Ahora sólo se impide la lectura de los documentos posteriores a 1939, cuando comienza el pontificado de Pío XII. 
A diferencia de los archivos de otros Estados, que van permitiendo la consulta de sus documentos por bloques de lustros o décadas, esta institución vaticana mide el tiempo por el período que cada Papa ocupa el solio pontificio.
Los folios de Pío XII
"Benedicto XVI abrió el acceso a todos nuestros fondos de Pío XI, que abarcan de 1922 a 1939. La siguiente etapa, la de Pío XII, es más larga y extensa, va desde 1939 hasta 1958. Se trata de millones de documentos que hace falta catalogar, numerar e inventariar. Nuestros recursos son limitados por lo que todavía nos llevará unos 5 años terminar todo el trabajo", explica Sergio Pagano, prefecto del Archivo Secreto. 
Los historiadores tienen muchas ganas de hincarle el diente a los escritos del pontificado de Pío XII. Monseñor Pagano es cauto y no quiere entrar en detalles, pero asegura que los que sostienen que el Pontífice no ayudó a los judíos durante el Holocausto cambiarán de opinión cuando se estudie esta documentación. "Garantizo que no sólo se verán las acciones de Pío XII en la cuestión judía, sino también las enormes contribuciones que dio a tantas Iglesias que sufrían en Europa".
También ayudará la apertura a aclarar uno de los episodios más tensos para la Santa Sede durante la Segunda Guerra Mundial: cuando Hitler pensó en deportar a Pío XII a Alemania.
Esta documentación será semilla, a buen seguro, de un gran número de investigaciones históricas, pero para ello habrá que esperar a que el apellido "secreto" que tiene el Archivo se desvanezca.
La historia del Archivo Secreto Vaticano ha sido azarosa desde su fundación en 1610. Durante décadas, los robos fueron el principal problema, como prueba un edicto del cardenal camarlengo Giovanni Battista Spinola de principios del XVIII en el que insta a los "libreros, orfebres, encuadernadores y otros artesanos" a que notifiquen y no manipulen "los libros o escrituras" que tuviesen.
Estos hacían negocio con la venta de los documentos robados. Más dañino que los ladrones fue Napoleón, quien tras tomar Roma se llevó a París en 1810 todos los fondos. Regresaron tras cinco años, pero muchos fueron sustraídos.
En incendios, saqueos y desgracias anteriores, sobre todo durante la Alta Edad Media, desapareció la mayor parte de los pergaminos más viejos. "Teníamos documentos que databan del siglo V", cuenta Pagano. El texto más antiguo que queda hoy es el Liber Diurnus Romanorum Pontificum, del siglo VIII, libro de fórmulas de la cancillería pontificia. Le sigue en antigüedad un diploma del Emperador Otón I, de 962, escrito con caracteres de oro sobre una membrana púrpura. 
Merece una mención aparte uno de los documentos custodiados bajo el epígrafe 'Miscelánea de Armarios'.
Se trata de un extracto del proceso a Galileo Galilei. Pagano, autor de un libro sobre el asunto, reconoce que la Iglesia "no entendió" la teoría copernicana y que existían entonces "motivos en contra de Galileo basados en la experiencia". El astrónomo, además, "tampoco fue capaz de ofrecer pruebas científicas". "La pena es que a la opinión le llega sólo la idea de que la Iglesia es enemiga de la ciencia y por ello condenó a Galileo".
Darío Menor
Para EL TIEMPO
Roma

F  eltiempo.com

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