Muerte de una poetisa: los últimos días de
Sylvia Plath
La escritora y poetisa estadounidense Sylvia
Plath se quitó la vida en Londres en febrero de 1963. Detrás dejaba dos niños
pequeños, una obra conmovedora y el sufrimiento de lo que en la actualidad se
cree que fue un trastorno bipolar. Plath intentaba superar la separación de su
marido, el también poeta Ted Hughes. La escritora Jillian Becker, que fue amiga
de Plath durante los últimos meses de su vida, recuerda con estas sentidas
palabras los últimos días que compartió con ella:
Una fría tarde de febrero en 1963, Sylvia
llegó con sus hijos, Frieda y Nick, a mi casa en Mountfort Crescent, en
Islington (Londres).
Ella había llamado antes para preguntar si
podía venir, así que la estaba esperando. Nada más llegar dijo que quería
recostarse.
No me sorprendió. Se sentía deprimida, incluso
más de lo que era habitual desde que la conocía, hacía cinco meses.
SYLVIA PLATH
Nació en Boston, Estados Unidos, en 1932
Llegó a Inglaterra en 1956, donde conoció a su
futuro marido, el poeta Ted Hughes
La pareja contrajo matrimonio cuatro meses
después y tuvo dos hijos
Plath y Hughes se separaron en septiembre de
1962 después de que ella se enterara de la infidelidad de su esposo
Se quitó la vida a los 30 años en su
apartemento de Londres
Nos conocimos en septiembre de 1962, poco
después de su separación de Ted Hughes.
Me daba pena. Yo admiraba y envidiaba su
talento. El tiempo que pasamos juntas no fue alegre, pero aun así disfrutaba de
su compañía.
Ella me había regalado un ejemplar firmado de
su libro de poemas "El coloso" y hablábamos de poesía y muchas otras
cosas.
La conduje hacia el primer piso, a la
habitación de mi hija mayor. Mi esposo Gerry estaba en cama con gripe en
nuestro dormitorio.
Me llevé a los niños a jugar con mi hija
menor, Madeleine, a una habitación de la planta baja desde donde el ruido no
podía molestar a los durmientes. Nick tenía la misma edad que Madeleine, un
poco más de un año. Frieda tenía cerca de tres.
Sylvia durmió durante una hora o dos, y luego
bajó a buscarnos. Me dijo "prefiero no volver a casa".
Para mí no era un problema que se quedaran.
Mis dos hijas mayores, Claire y Lucy, estaban pasando el fin de semana fuera,
así que tenía una habitación para Sylvia y otra para sus hijos.
Me dio las llaves de su casa en la calle
Ftizroy y me pidió que recogiera algunas cosas: cepillos de dientes, pijamas,
su medicación, un vestido, un libro que había empezado a leer.
Cuando volví, les di la cena y bañé a Frieda y
Nick con Madeleine, y cuando los tres estuvieron listos para ir a la cama,
preparé la cena para Sylvia, Gerry y yo.
Había sopa de pollo como remedio para la gripe
de Gerry y también pareció sentarle bien a Sylvia. Seguimos con filetes de un
carnicero buenísimo de Soho y puré de patatas y ensalada. Sylvia comió con buen
apetito.
No recuerdo de qué hablamos, sólo que no fue
de su situación. No en esa ocasión.
Pero después me pidió que me sentara a su lado
y me mostró sus frascos de píldoras. Me contó cuáles le ayudaban a dormir y
cuáles la mantenían activa por la mañana.
Plath fue una destacada cultivadora de lo que
se conoce como poesía confesional.
Se tomó sus pastillas a las 10 de la noche,
pero estuvo parloteando durante una hora o más sobre gente que yo no conocía
como si fueran amigos comunes.
Parecía errática y pensé que era porque se
estaba quedando dormida. Pero entonces su tono cambió y habló con energía y
emoción sobre Ted y Assia Wevill, la mujer por quien la había dejado.
Esta enojada, celosa, llena de amargura.
Ted había llevado a Assia a España. Sylvia
deseaba llevar a los niños allí, a algún lugar soleado, lejos del clima helado.
Los niños, decía, no estaban bien, necesitaban ir a algún sitio cálido junto al
mar.
Le dije que los llevaría a ella y a los niños
al sol y a la playa para Semana Santa, aunque yo prefería Italia. "Falta
mucho para Semana Santa", dijo.
Se durmió casi a medianoche y yo pude irme a
la cama.
Pero una hora después, Nick se despertó. Le
calenté un biberón, y al oír que Sylvia nos llamaba, le llevé al niño para que
le diera la leche. Frieda también se metió a la cama de su madre.
SU OBRA
1960: Se publica "El Coloso", la
primera colección de poemas de Sylvia Plath, aunque todos ellos ya habían sido
publicados en revistas de literatura
1963: Su novela "La Campana de
Cristal" se publica un mes antes de su suicidio
1965: Dos años después, se publica un segundo
libro de poesía: "Ariel" incluye algunos poemas escritos en la semana
anterior a su muerte que fueron encontrados por Ted Hughes sobre su escritorio
de la casa de la calle Fitzroy
1982: Fue galardonada póstumamente con el
Premio Pulitzer por el libro Collected Poems, publicado un año antes
Después de volver a acomodarlos a sus
respectivos lechos, Sylvia me preguntó si pensaba que era hora de tomarse las
píldoras que la despertaban. Le dije que no, era demasiado temprano.
Pero no podía dormir. Me pidió que me quedara
con ella un rato. Me senté cerca con la lámpara apagada, sólo entraba un hilo
de luz desde el rellano.
Cerraba los ojos, pero de pronto volvía a
abrirlos, y una vez incluso se levantó, vio que yo aún estaba allí, y volvió a
acostarse, como si mi presencia le diera seguridad.
Sólo me fui cuando me aseguré de que estaba
dormida.
Por la mañana, después de tomar su medicación
y de devorar un buen desayuno, telefoneó a una joven mujer que había prometido
venir y quedarse con ella como au pair para ayudarla con los niños pero había
cambiado de opinión. Sylvia se pasó un buen rato tratando de convencerla sin
éxito.
Su médico me llamó por teléfono. Yo conocía al
Dr.Horder desde mucho antes de conocer a Sylvia. Él me dijo que no hiciera todo
el trabajo con los niños, que ella debía cuidarlos y sentir que la necesitaban.
Así que le pedía que viniera conmigo cuando
los llevaba al baño, cuando les preparaba la comida, cuando Nick necesitaba
tomar el biberón o que lo cambiaran. Pero ella no era capaz de recoger una
toalla, o el jabón, o una cuchara.
Yo me iba, pero entonces ella esperaba que
volviera. Tenía que elegir entre dejarlos ir sin bañar, sin comer, sin cambiar,
o hacerlo yo misma. La mayoría de las veces me ocupé yo.
"Al día siguiente, al atardecer, Sylvia
se puso el vestido plateado y azul que le había traído. Se había arreglado el
pelo. Casi sonrió –parecía contenta- cuando le dije que estaba hermosa."
Jillian Becker, escritora y amiga de Sylvia
Plath
Al día siguiente, al atardecer, Sylvia se puso
el vestido plateado y azul que le había traído.
Se había arreglado el pelo. Casi sonrió
–parecía contenta- cuando le dije que estaba hermosa.
Me dijo que iba a encontrarse con alguien,
pero no me dijo con quién.
Dio un beso de buenas noches a Frieda y a
Nick. Frieda la siguió hasta la puerta, y justo antes de abrirla, Sylvia se
agachó hasta la niña y le dijo "¡Te amo!".
Supe días después que esa noche se encontró
con Ted. Él la trajo hasta casa. No recuerdo a qué hora volvió, o si dijo algo.
Sí recuerdo que al día siguiente se unió a
nuestro copioso almuerzo de domingo con sopa, carne asada con las guarniciones
típicas y queso, postre y vino.
Recuerdo que lo disfrutó. Le dio el biberón a
Nick. Parecía, si no alegre, por lo menos no tan abatida.
Nos entretuvimos con el café, conversando
animadamente.
Los niños se fueron a dormir y como el vino
nos había dejado un poco somnolientos, los tres nos fuimos a descansar hasta
casi las 4.
Tomamos té. Gerry, que ya se sentía bien, jugó
con los niños. El anochecer invernal se acercaba.
LOS RECUERDOS DE UNA AMIGA
Jillian Becker nació en Johannesburgo en 1932
Se trasladó a Londres en 1960 con su marido
Gerry Becker, un profesor de literatura inglesa
Ellos fueron las últimas personas que
estuvieron en contacto con Sylvia Plath en los días previos a su suicidio
Becker escribió "Los últimos días de
Sylvia Plath", publicado en 2002
Claire y Lucy iban a llegar pronto a casa. Yo
pensaba cómo hacer para acomodar a todo el mundo.
Había dos habitaciones libres y un baño en el
último piso. Estaba tratando de decidir si poner allí a Sylvia y los niños o
subir a mis hijas, cuando Sylvia dijo de pronto: "Tengo que volver. Tengo
que lavar ropa. Y una enfermera llamará por la mañana, la misma que vino a
ayudarme con Nick cuando estuvo enfermo".
Y rápidamente comenzó a recoger sus cosas y a
ponerlas en bolsas. En esos momentos parecía animada, casi eufórica, como no la
había visto antes.
Garry le preguntó si estaba segura de que
quería irse. Ella dijo que sí.
Así que la llevó en su auto, un viejo taxi
negro londinense al que había quitado el taxímetro, por las resbaladizas calles
nevadas.
Sentado en el asiento del conductor, Gerry no
podía escuchar lo que pasaba detrás.
Sólo cuando se detuvo en un semáforo oyó los
sollozos. Estacionó el auto y se sentó frente a Sylvia en la cabina del taxi.
Como ella lloraba, los niños comenzaron a
llorar también. Él los subió sobre sus rodillas.
Le imploró que la dejara traerla de vuelta a
nuestra casa. Ella se negó. Se calmó e insistió en que continuaran hacia la
calle Fitzroy.
Entonces la acompañó hasta su apartamento y le
prometió que volvería al día siguiente para ver como estaba.
Gerry volvió a casa y me dijo que Sylvia debía
haberse quedado con nosotros, que no creía que pudiera arreglárselas sola.
Sabía que él tenía razón, aunque yo no lamentaba
del todo que se hubiera ido. No tenía que seguir siendo una enfermera para ella
y sus hijos.
Mis hijas no tendrían que renunciar a sus
cuartos. No tendría más noches de sueño interrumpido.
Y la compasión desgarra el corazón.
Por esos sentimientos tuve remordimientos
durante mucho tiempo.
En la mañana del lunes a eso de las 8 sonó el
teléfono. Contesté y el Dr. Horder me dijo que Sylvia había metido la cabeza en
el horno y estaba muerta.
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