jueves, 24 de marzo de 2011

El último verano de Elizabeth Taylor

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La actriz murió este, en una clínica de Los Ángeles, por un problema cardiaco.

Su vida privada, con ocho matrimonios, generó tanta o más noticia que su oficio en el cine, por el que ganó tres premios Óscar.
Reviso la filmografía de Elizabeth Taylor. Entre 1942 (había nacido en 1932, como mi tía Raquel Rey, que tanto se le parece) y el 2001, la actriz realizó 64 títulos. Hice la cuenta: de esos 64, he visto 27. "No, no puedo escribir sobre mi amada Liz, no la conozco, ni siquiera fui uno de sus siete maridos". Pero, revisando, revisando, veo que hay nueve trabajos destinados para la televisión. Entonces, hice trampa. "La televisión es un formato menor", me engañé. "Si descontamos esos nueve títulos, Ms. Taylor hizo 55 películas. Así que puedo dar fe de conocer más de la mitad de sus fragores histriónicos frente a la pantalla. Sigamos adelante". (Vea aquí galería de fotos de toda la trayectoria de Elizabeth Taylor).
Veamos: en algún momento, por allá en el 63, cuando se estrenó Cleopatra, díjose que Elizabeth Rosemund Taylor era la bestia más hermosa del mundo. Y ella llegó a creerlo. Allí comenzaron, como todo el mundo sabe, sus problemas. Primero, enfrentándose a una película descomunal de Hollywood, en la que Shakespeare quedó triturado por la bomba atómica de sus ambiciones. Lo interesante es que Taylor pronto se dio cuenta del asunto y descubrió que la mejor manera de ser grande no era solo siendo bella, sino triturando esa belleza con personajes desbaratados.

Pero me estoy adelantando. El asunto empieza más atrás. La pequeña Elizabeth, hija de inmigrantes norteamericanos en Inglaterra, descubrió el mundo de las pantallas a la edad de 10 años y allí supo que sus ojos violeta podrían brillar con mucho más encanto. Hizo 13 películas, en las que afinó sus herramientas expresivas (entre las que se destacan la célebre versión de Jane Eyre con Orson Welles, donde la pequeña ni siquiera alcanzó a tener crédito, o la infaltable Mujercitas, que tanto trasnochó a las mujercitas de entonces), hasta que sus pasos terminaron, de nuevo, en Norteamérica y allí comenzaría a inventarse un nombre, gracias a la comedia de ese maestro de la felicidad que fue Vincente Minnelli. Liz tenía ya 18 años cumplidos y a nadie meterían a la cárcel si se fijaban en el reflejo de sus ojos dorados.
Su siguiente ascenso hacia el cielo de las grandes constelaciones fue con la cinta de George Stevens titulada, premonitoriamente, Un lugar en el Sol, uno de los clásicos melodramas de los 50 en el que la pequeña Liz se haría inmensa gracias a su intercambio interpretativo con esa tragedia ambulante que fue Montgomery Clift.

Dicen los que saben que, antes de irse a vivir para siempre con los duros del Imperio romano, la Taylor hizo un pequeño cameo por el set de Quo vadis? Pero mi memoria no lo retiene. Es posible. De todas maneras, podemos decir que en la década de los 50 se convierte en un monstruo sagrado, gracias a títulos inolvidables como La última vez que vi París, de Richard Brooks, basada en un relato de Scott Fitzgerald y, sobre todo, a la gigante Gigante, canto del cisne de James Dean y consolidación de la trágica belleza del malogrado Rock Hudson. Quizás allí comenzaría a gestarse su solidaridad con aquellos que terminarían siendo víctimas de la enfermedad del final del milenio. Porque Rock no fue una roca y murió en 1985, pulverizado por el sida. En aquel tiempo, Liz volvió a las pantallas en El árbol de la vida y terminaría la década con dos de sus películas esenciales: La gata sobre el tejado de cinc caliente y De repente el último verano, la primera, de Richard Brooks; la segunda, de Joseph Lee Mankiewicz, ambas inspiradas en textos de Tennessee Williams.

Es en este momento cuando podemos decir que la realidad imita al arte, porque Elizabeth Taylor, enamorada y desenamorada hasta el delirium tremens de/contra Richard Burton, terminaría convirtiéndose en un personaje que parecería calcado de las obras del autor de Un tranvía llamado deseo.

Pero aún Liz era bella en el cine. Todavía no se desmaquillaba. La transformación, digamos, a lo Michael Jackson, su gran amigo, comenzó en la película que consolidaría su leyenda: ¿Quién le teme a Virginia Woolf?, dirigida por Mike Nichols y basada en la pieza del dramaturgo Edward Albee. Apenas entendió que los maquillajes de lapislázuli y las pirámides de cartón piedra no iban a ser suficientes para la inmortalidad, Taylor decidió convertirse en un personaje. Y lo consiguió con creces.Todos, en algún momento, nos enamoramos de Elizabeth Taylor, a pesar de que pudiéramos ser sus hijos, o tal vez sus nietos. La eterna juventud de la pantalla (El dulce pájaro de la juventud, como se llamaría una de sus últimas colaboraciones para la pantalla chica) le ayudaría por siempre. Si reviso su filmografía a partir de 1967 (cuando rodó cuatro películas), creo que me quedaría con dos títulos esenciales: Reflejos en un ojo dorado, dirigido por John Huston, y Ceremonia secreta, de Joseph Losey.

Hay más, mucho más, en la historia de una mujer que terminaría marcada por su propia leyenda (Una mujer marcada sería el título de su primer Óscar). Pero el espacio es breve. Al final, Elizabeth Taylor fue más importante que sus películas. Ahora, con la noticia de su muerte, las aguas vuelven a su cauce. Creo que ahora sí, sin afanes ni gerontofilia, nos podremos enamorar para siempre de la actriz de tantas obras maestras y no sentirnos arrepentidos porque los escándalos borraron con el codo lo que sus ojos de lluvia púrpura hicieron para la historia del cine. (Recuerde videos de las películas en que participó la actriz)
SANDRO ROMERO REY
Especial para EL TIEMPO

Una diva irreemplazable
Actriz temperamental, diva irreemplazable, era dueña de un carisma inigualable que imprimió a sus apasionadas actuaciones, siempre bajo las riendas de prestigiosos directores. Liz Taylor, nacida por accidente en Londres, llegó a Los Ángeles muy niña, con sus padres estadounidenses. Por sus tempranas apariciones como jinete en National Velvet, junto a su mascota Lassie, a los 10 años ya era la favorita infantil del León de la Metro. Lució su primer vestido blanco en El padre de la novia (Spencer Tracy), y el coreógrafo Vincente Minnelli se convirtió en su primer hado protector. Más allá de sus varios esposos y amantes, el discreto exhibicionismo del que hizo gala se tradujo en un impresionante talento bajo control. Con Richard Burton, su marido en dos ocasiones, filmó ocho películas en un periodo de cinco años. (Vea más noticias de la vida de los famosos).
Aunque otros títulos parecerían menores ante el esplendor de Cleopatra, ¿Quién le teme a Virginia Woolf? reconfirmó su vena dramática en el teatro de cámara concebido por Edward Albee. Imposible no mencionar Reflejos en tus ojos dorados, en la que volvió a encarnar el difícil papel de una mujer despreciada por su marido -esta vez, Marlon Brando-. Su nombre figurará al lado de Greta, Marlene, Marilyn, Rita y María (Félix).
MAURICIO LAURENS
Especial para EL TIEMPO

1944Nace una estrella
Aunque había empezado a actuar dos años atrás, 'National Velvet' fue su gran debut. Se hizo actriz por la presión de su madre.
1950Su adicción a casarse
Empezó a los 18 años, con Conrad Hilton. Fueron ocho bodas en total, dos de ellas con el actor Richard Burton, y todas muy publicitadas.
1961Recibe su primer Óscar
Lo ganó por su papel en 'Butterfield 8'. En 1967, se lo otorgaron por '¿Quién le teme a Virginia Woolf?' y, en 1993, lo recibió por su labor humanitaria.
1985Filantropía y drogas
Después de la muerte de Rock Hudson, se dedicó a la lucha contra el sida. También se internó para tratar su dependencia de los analgésicos.
1989Jackson: su 'Rey del pop'
Liz lo llamó así, por primera vez, en una entrega de premios. Sus escándalos y las labores humanitarias los unieron.
1994La diva dice adiós al cine
Este año hizo un pequeño papel en 'Los Picapiedra', luego de 14 años de ausencia. También anunció que dejaba de hacer películas. Tenía 62 años.
SANDRO ROMERO REY
Especial para EL TIEMPO


F  eltiempo.com

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