viernes, 19 de noviembre de 2010

La artista Teyè celebra 50 años de su primera exposición

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Con motivo del aniversario, preparó la muestra 'Objetos de luz, obra reciente', en Bogotá.

Teyè, sí, con acento grave, es la firma que le sugirió su maestro y amigo Fernando Botero, cuando le dijo que escribir Teresa Cuéllar en un cuadro no tenía presencia de pintora. Y Teyè ha tenido presencia en las artes de Colombia desde la primera vez que puso su nombre en un cuadro.
Sus bodegones han pasado por la vista de todos. Sus obras, sus bodegones, no importa el formato que tengan, se imponen en el espacio que los circunda, se desbordan de colores cuando son acuarelas u óleos. Sus lápices y grabados logran mil tonalidades de grises. Son bodegones omnipresentes e inquisitivos. Esa es la Teyè conocida.
Pero, ahora, llega con un nuevo impulso. Ella y su marido, Antonio Montaña, bien conocido escritor de profesión y maestro de juventudes, viven en una casa que creció en un monte de Chía. "Nuestra casa -dice Teyè- fue diseñada por Alberto Saldarriaga y hecha sobre una vieja arenera. Tuvimos un trabajo intenso para poder llenar esto de matas y árboles, para saber qué se daba aquí. Muchas veces hubo que traer tierra, que no había, y sembrar. Yo había hecho crecer el jardín de forma muy tradicional, muy podado y muy cuidado, pero hace rato que el viejo jardinero se fue y el jardín creció a su gusto. Las lluvias y quién sabe si algunos animales empezaron a arrastrar hasta aquí las semillas de las casas vecinas que quedan más arriba en el monte. Nadie se puso a desyerbar o a podar. Ahora, la casa quedó rodeada por este jardín casi salvaje".
Y es así. El jardín de Monet era una de sus obras más preciadas, más cuidadas, y respondía al jardinero que había aprendido a ser cuando era joven. Teyè no cuida su jardín. El jardín ha invadido su casa. "Los árboles crecieron más de lo que nunca habían crecido y el jardín llegó a imperar sobre la casa. Sin darme cuenta, como si fuera en un cuento de Cortázar, el jardín dominaba la casa. Ahora, dejo que todo crezca a su gusto, no toco nada, ya no necesito jardinero".
Pero, sobre todo, el jardín exuberante ha invadido su pintura. "Un día, aquí en el estudio, al lado de uno de los grandes ventanales, el paisaje se me entró a la casa e invadió el bodegón que estaba pintando. De repente me di cuenta de que yo también estaba inmersa en el jardín. Todas las ventanas estaban copadas por mil tonos de verde. El color y el olor de la casa habían cambiado con el paisaje. Entonces, ¿cómo no iba a dejar que el paisaje invadiera mis cuadros? Es así cómo los paisajes han entrado en mis bodegones, los han rodeado, y en muchos de ellos los bodegones se han desplazado para abrirle campo al paisaje".
¿De dónde salen las cosas? "Los paisajes entran en mi pintura como una consecuencia de mirarlos. Los pintores miramos y aprendemos con la mirada. Ni sé qué nombre tienen las plantas. En un pintor domina lo visual sobre lo intelectual. Los artistas no siempre tenemos consciente todo lo que vamos a pintar. Pues sí, mucho de lo que va resultando es inconsciente, sale de la inconsciencia. Por ejemplo, yo necesito poner un verde determinado, que aparece solo, pero yo ya lo tengo en la cabeza y sé dónde lo voy a poner. Lo saco de la paleta y lo pongo de una. El color me manda. Esto, si tengo que hacer un retrato. En él tengo una conciencia de lo que estoy haciendo, lo planeo, tengo al modelo; pero esto se va elaborando de otra manera, hay cierto plan y, en el momento de empezar a pintarlo, el plan empieza a aparecer solo. Creo que pasa lo mismo con la escritura, con los procesos de creación en general".
Lo que puede venir
"Por eso, porque uno no sabe qué va a venir en la pintura, uno siempre debe tener a mano los colores que se necesiten. Yo voy escribiendo en la pared la lista de los colores que se me van a acabar. Tengo que tener la memoria expuesta. Son secretos de artista. Esto es en cuanto a los pasteles. Sobre el óleo es distinto, porque una vez fuimos a Nueva York y entré a un art shop a las diez de la mañana y me embobé con todo lo que había allí; compré mucho material, incluida gran parte de los óleos que aquí se ven. Me fueron a recoger a las cinco de la tarde, después casi me desmayo con la cantidad que había comprado. Compré para toda la vida. Nunca más volví a necesitar un tubo de óleo y creo que nunca necesitaré más".
Y parece ser que pintar es algo que la gente no entiende.
"A la gente siempre le ha parecido raro por qué uno pinta. Yo puedo tener varias teorías del por qué, pero cuando me preguntan, no tengo muchas explicaciones que dar. Mi respuesta es automática: "Porque me da la gana". Es que uno con la pintura debe hacer lo que se le da la gana. Así debería ser con la vida, pero no siempre se puede, no siempre dejan que uno lo haga".
Pero, no se trata de estar preparado sólo para el color.
"Como se puede ver, sigo pintando los bodegones en el paisaje. Aquí está esa granada que me trajeron de México, que es distinta a las que tenemos nosotros. Pero siempre hay a la mano calabazas, cebollas, berenjenas, naranjas; en fin, toda clase de frutas y verduras. El jardín las puede aprisionar y yo tendré que pintar todo eso".
Uno se alimenta de lo que dicen los otros. "Hay quienes se ríen mucho de los cuadros que uno pinta. Cuando no saben de pintura, muchos se dejan llevar por sentimientos. Algo similar ocurre con los que escriben sobre arte. Claro que a veces les suena la flauta y escriben cosas bellísimas, pero no todos son así. A veces prefiero los comentarios de los amigos. Normalmente, uno está aquí en su taller y no comenta nada. Desde hace un tiempo, no hemos vuelto a salir. Salimos muy poco. Por eso son tan importantes los comentarios de los amigos que vienen, especialmente después de haber tenido toda esta pintura guardada".
Cómo se aprende. "Bogotá ha cambiado mucho, la gente es otra. Yo nací en el norte de la ciudad, en la que, creo, fue la calle más linda de Colombia. La casa era bella, toda la gente era amiga y yo vivía feliz. Yo no hago parte de esa teoría de que los artistas tienen que haber sufrido. Yo no era pobre ni rica. Yo era absolutamente consentida. Nadie me enseñó a dibujar. Es que en mi casa todos dibujaban. A mí nadie me enseñó, yo aprendí a dibujar sola, solo me daban papel y colores. Mi papá siempre me traía colores de sus viajes, y él viajaba mucho. Y después, empezamos a viajar también nosotros, y las vacaciones eran, por ejemplo, en Nueva York. A mí me llevaban a los museos como la cosa más natural, y a mis hermanos los llevaban al zoológico y a otros sitios propios para la diversión de los muchachos. A la gente le parecía bien que yo pintara, nadie dudaba que yo debiera hacerlo; pues, finalmente, yo era de una familia de pintores. Y eso era muy importante, porque había un gran respeto por la pintura".
La tradición. Teyè muestra una acuarela que pintó su padre, que parece un Courbet. También, grabados y dibujos de su tío Ricardo Moros Urbina. Hoy le preocupa que hay pintores olvidados, pero que están vivos y regados por el país.
¿Cómo recuperarlos? ¿Por qué hay que esperar a que todo pase al olvido para que generaciones posteriores tengan que descubrir lo que nosotros hemos olvidado en el transcurso de nuestras vidas?
De todos modos, los ojos le brillan cuando señala un dibujo de su nieta que estudia arte. Todo indica que la tradición familiar va a continuar.
Cita en la Casa de la Cantera
Casa de La Cantera (vereda Fonquetá, Chía), mañana, 2:00 p. m. Joe Broderick presentará 'El monólogo sobre el amor', de S. Beckett.
Carlos Castillo Cardona
Para EL TIEMPO

F  eltiempo.com

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